El aprendizaje significativo en la clínica psicopedagógica
En la práctica clínica psicopedagógica, el concepto de aprendizaje significativo no puede reducirse a una mera estrategia didáctica o a un criterio de eficacia escolar. Por el contrario, debe ser comprendido como un proceso profundamente subjetivo, simbólico y transformador, que involucra al sujeto en su totalidad: sus deseos, sus conflictos, sus modos de relacionarse con el conocimiento, con los otros y consigo mismo. Esta perspectiva exige al psicopedagogo una mirada clínica rigurosa, sensible a la singularidad de cada caso y comprometida con una ética del cuidado que trascienda lo meramente técnico.
1. Aprendizaje significativo: más allá de lo escolar
El aprendizaje significativo, en el sentido que interesa a la
psicopedagogía clínica, no se limita a la adquisición de contenidos
curriculares. Se refiere a aquellos procesos mediante los cuales el sujeto
incorpora saberes que modifican su posición en el mundo, su forma de pensar,
sentir y actuar. Este tipo de aprendizaje no es cómodo ni inmediato; por el
contrario, suele implicar tensión, incertidumbre e incluso sufrimiento. Como
señala la tradición psicoanalítica y constructivista, el conocimiento verdadero
no es el que se repite, sino el que produce efectos en la subjetividad.
En la clínica, esto implica que el psicopedagogo no busca simplemente “enseñar a leer” o “resolver dificultades en matemáticas”, sino comprender por qué ese niño o adolescente no puede apropiarse de esos saberes en relación con su historia, sus vínculos y sus modos de habitar el lenguaje. Por ejemplo, un niño que no logra consolidar la lectoescritura no necesariamente presenta un déficit cognitivo; puede estar atravesando una dificultad simbólica: tal vez no puede “dar sentido” a las palabras porque, en su entorno, el lenguaje ha sido usado como instrumento de control, silenciamiento o confusión. En estos casos, el trabajo clínico no se centra en la técnica, sino en la reconstrucción de un espacio simbólico donde el lenguaje recupere su función de mediación entre el sujeto y la realidad.
2. El lenguaje como eje del proceso clínico
El lenguaje no es solo el medio a través del cual se transmite el
conocimiento escolar; es, ante todo, el tejido simbólico en el que se
constituye la subjetividad. En la clínica psicopedagógica, cada palabra
utilizada por el niño, el adolescente o los padres debe ser escuchada en su
dimensión semántica, afectiva y pragmática. No se trata de corregir errores,
sino de comprender qué función cumple ese uso del lenguaje en la economía
psíquica del sujeto.
Por ejemplo, cuando un niño dice “no entiendo nada”, esta frase puede
funcionar como una defensa frente a la angustia de no poder sostener una
posición de sujeto que sabe. O cuando un adolescente afirma “esto no sirve para
nada”, puede estar expresando una desvinculación simbólica respecto al saber
escolar, producto de una experiencia repetida de fracaso o desautorización.
Aquí cobra relevancia el trabajo con los campos semánticos y las familias léxicas. Al analizar cómo un niño organiza su vocabulario en torno a ciertos ejes temáticos (por ejemplo, “familia”, “escuela”, “cuerpo”), el psicopedagogo puede identificar núcleos de sentido, ausencias, repeticiones o distorsiones que revelan modos particulares de construir la realidad. Este análisis lingüístico no es un ejercicio académico, sino una herramienta clínica fundamental para formular hipótesis diagnósticas y diseñar intervenciones pertinentes.
3. Deseo, motivación y voluntad: diferenciaciones
clínicas cruciales
Una de las confusiones más frecuentes en la práctica educativa —y
también en la psicopedagogía— es equiparar deseo, motivación y voluntad.
Desde una perspectiva clínica, estas nociones deben ser cuidadosamente
diferenciadas:
- El
deseo es inconsciente, ligado al placer y a la búsqueda de lo que falta.
Es lo que impulsa al sujeto a interrogar, a explorar, a arriesgarse. En la
clínica, el trabajo consiste en detectar los rastros del deseo en los
actos fallidos, en los juegos, en las producciones gráficas o en las
resistencias. Un niño que “no quiere aprender” puede estar mostrando, en
realidad, que el saber le ha sido presentado como algo ajeno a su deseo,
como una imposición externa.
- La
motivación, en cambio, es un constructo psicológico que alude a la
disposición interna para involucrarse en una tarea. Aunque más consciente
que el deseo, sigue siendo profundamente idiosincrásica. Dos niños pueden
enfrentar la misma actividad con motivaciones radicalmente distintas,
según sus historias personales. El psicopedagogo clínico no busca
“motivar” desde fuera, sino crear condiciones para que la motivación
emerja desde la propia subjetividad del niño.
- La voluntad, por su parte, pertenece al orden del deber y la norma. Es superficial y efímera. Cuando se apela a la voluntad (“tenés que esforzarte más”), se ignora la dimensión inconsciente del aprendizaje y se culpa al sujeto por su “falta de esfuerzo”. En la clínica, este tipo de discurso suele reforzar sentimientos de culpa e inadecuación, obstaculizando aún más el proceso de aprendizaje.
4. Curiosidad y sexualidad: una relación olvidada
en la educación
La curiosidad infantil no es un rasgo cognitivo neutral, sino una
manifestación del deseo de conocer lo que se oculta. Freud (1908) mostró cómo
las primeras preguntas de los niños —sobre el origen de la vida, las
diferencias sexuales, el cuerpo— están cargadas de una intensidad afectiva y
simbólica que los adultos suelen desconocer o reprimir. Cuando esta curiosidad
es silenciada, castigada o ridiculizada, no solo se inhibe el desarrollo
psicosexual, sino también la disposición general al saber.
En la clínica psicopedagógica, es fundamental indagar si el niño ha
podido formular preguntas y recibir respuestas coherentes en su entorno. La
represión de la curiosidad puede manifestarse en una aparente “falta de
interés” por el aprendizaje, cuando en realidad se trata de una defensa frente
al riesgo de ser castigado por querer saber. El psicopedagogo, en este sentido,
debe funcionar como un adulto que contiene la curiosidad, que permite
que el niño explore sin miedo, y que le ayuda a simbolizar aquello que antes
era inefable.
5. El sufrimiento como condición del aprendizaje
transformador
Contrariamente a las visiones positivistas que promueven el aprendizaje
como fuente de placer inmediato, la clínica psicopedagógica reconoce que los
aprendizajes más profundos están atravesados por el conflicto, la frustración y
el duelo. Aprender a leer, a escribir, a sostener una relación, a ser autónomo…
todos estos procesos implican renuncias, pérdidas y reorganizaciones
subjetivas.
En la consulta, esto significa que el psicopedagogo no debe buscar
eliminar el malestar del niño, sino acompañarlo en su elaboración. Por ejemplo,
un niño que se resiste a escribir puede estar enfrentando la angustia de “dejar
una huella” en el mundo, de exponerse al juicio del otro. El trabajo clínico
consiste en transformar esa angustia en un espacio de juego simbólico donde la
escritura pueda ser apropiada como un acto de creación, no de rendimiento.
6. Ética clínica: contra la banalización del
saber
Una de las mayores tentaciones en la práctica psicopedagógica es la banalización
del aprendizaje: reducirlo a técnicas, fichas, refuerzos o diagnósticos
estandarizados. Esta banalización responde, muchas veces, a la presión
institucional por obtener resultados rápidos, pero termina desconociendo la
complejidad del sujeto.
La ética clínica exige, en cambio, una postura de humildad y rigor: reconocer que no hay certezas absolutas, que cada caso es único, y que el lenguaje debe ser manejado con precisión. Esto implica, por ejemplo, no decir a los padres “su hijo tiene TDAH” como si eso explicara todo, sino ayudarles a comprender qué función cumple esa conducta en la trama familiar y escolar. Implica también no prometer “soluciones mágicas”, sino trabajar en la construcción lenta y paciente de condiciones para que el aprendizaje pueda acontecer.
Conclusión
En la clínica psicopedagógica, el aprendizaje significativo no es un
objetivo a alcanzar, sino un proceso a habitar. Requiere un psicopedagogo que
sea, a la vez, intérprete del lenguaje, cuidador del deseo y testigo del
sufrimiento. Solo desde esta posición es posible acompañar al sujeto no a
“saber más”, sino a transformarse a través del saber. Y es en esa
transformación —dolorosa, incierta, pero profundamente humana— donde reside el
verdadero sentido de la psicopedagogía clínica.
Apuntes de Clase de PPP - ISET Psicopedagogía- Cátedra: Vega