viernes, 10 de octubre de 2025

Aproximaciones a algunas convenciones profesionales

 


No existe un reglamento universal o una norma oficial que exija a los psicopedagogos y las psicopedagogas vestir de bordó o morado. Sin embargo, el uso de estos colores se ha convertido en una convención fuerte y simbólica dentro de la profesión, especialmente en países de América Latina como Argentina, Uruguay, Chile y otros.

Las razones son una combinación de historia, simbolismo y práctica. 

Razones Históricas y de Identidad Profesional

En sus inicios, la Psicopedagogía luchó por ser reconocida como una disciplina independiente de la Psicología y la Pedagogía. Para crear una identidad propia, se adoptaron elementos distintivos, y el color del uniforme (en contextos donde se usan uniformes, como escuelas u hospitales) fue uno de ellos.

  • Diferenciación de otras profesiones: Los psicólogos suelen asociarse con el blanco (en entornos clínicos) o no tienen un color definido. Los fonoaudiólogos suelen usar verde agua o celeste. El bordó/morado sirvió para que la figura del psicopedagogo fuera inmediatamente reconocible en la escuela.

  • Tradición y costumbre: A medida que las primeras generaciones de psicopedagogos comenzaron a usar este color, se estableció una tradición que las siguientes generaciones adoptaron, creando un sentido de pertenencia y comunidad.

Cara 1: La Revolución Interior

Esta es la dimensión que se enfoca en el individuo que aprende. El psicopedagogo, vestido de este color, es un guía en el mundo interno de la persona.

  • Morado (Sabiduría y Creatividad): Es el color de la introspección y el misterio de la mente. El psicopedagogo necesita creatividad para descifrar cómo aprende cada cerebro y para diseñar estrategias únicas. Representa la "chispa" del aprendizaje, la imaginación y la búsqueda de soluciones novedosas.
  • Bordó (Contención y Paciencia): Es el color terrenal y sereno. Simboliza la contención emocional, la estabilidad y la paciencia necesarias para crear un espacio seguro donde un niño o adulto pueda sentirse vulnerable frente a sus dificultades sin ser juzgado.

En resumen, esta cara representa la misión de encender la chispa del aprendizaje (morado) dentro de un entorno de seguridad y confianza (bordó).

 


Cara 2: La Revolución Exterior (El Significado Social y Político)

Esta es la dimensión que se enfoca en el sistema y la comunidad. El psicopedagogo, con este color, se posiciona como un agente de cambio en la estructura educativa y social.

  • Morado (Feminismo y Diversidad): Como color del feminismo, reconoce que la profesión es mayoritariamente femenina y se alinea con la lucha por la equidad. Como color de la comunidad LGBTIQ+, refuerza el compromiso con la inclusión y el respeto a todas las formas de ser y de aprender. El psicopedagogo no "arregla" al diferente, sino que lucha por adaptar el sistema para incluirlo.
  • Bordó/Morado (Crítica y Transformación): Como color de las revoluciones (como la del '68), representa el espíritu crítico frente a los modelos educativos rígidos y homogeneizadores. El psicopedagogo no aplica recetas; cuestiona, investiga y propone nuevas formas de enseñar que sean más justas y efectivas para todos.

En resumen, esta cara representa la misión de luchar por un sistema educativo más inclusivo (morado) y de cuestionar críticamente las prácticas que generan exclusión (bordó/morado revolucionario).

 

El Psicopedagogo como "Agente de la Doble Revolución"

Cuando un psicopedagogo viste este color, representa de manera silenciosa pero elocuente que su trabajo no puede separar la transformación individual de la transformación social.

  • No se puede ayudar a un niño a aprender (revolución interior) sin entender y combatir los prejuicios, las barreras arquitectónicas o la falta de recursos que ese niño enfrenta (revolución exterior).
  • No se puede abogar por un sistema más justo (revolución exterior) sin tener las herramientas de contención, creatividad y paciencia para trabajar con cada individuo que ha sido herido por ese sistema (revolución interior).


El bordó/morado es, por lo tanto, el color de la contención revolucionaria y de la sabiduría transformadora. Es el estandarte de una profesión que comprende que el aprendizaje es un acto profundamente humano, social y político, y que se compromete tanto con la sanación de las heridas individuales como con la construcción de un mundo donde esas heridas dejen de infligirse.

Es un color que dice: "Aquí estoy para escucharte, contenerte y ayudarte a encontrar tu propia luz, pero también estoy aquí para cambiar el sistema que oscureció esa luz en primer lugar".


lunes, 6 de octubre de 2025

El aprendizaje como acto de amor

 Intersubjetividad, deseo y clínica psicopedagógica


“Cuando es verdadera, cuando nace la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea.”
— Eduardo Galeano (2000, p. 11) 

1. Psicopedagogía como práctica clínica y campo epistemológico

La psicopedagogía no es una disciplina meramente técnica, ni un conjunto de estrategias reeducativas aplicadas a niños con “déficits”. Tampoco es una rama de la psicología educativa ni una extensión de la pedagogía especial. Es, ante todo, una práctica clínica singular, con un objeto de estudio propio, un encuadre definido, una ética específica y una epistemología en construcción. Como afirman Nevares y Galiano (2022), la psicopedagogía psicoanalítica surge de un deseo: “unir Psicoanálisis y Educación” (p. 1), en un contexto marcado por “la burocracia” y “el impulso a etiquetar a los niños y niñas” (p. 1). Este deseo no es casual: responde a la necesidad de pensar las dificultades escolares no como fallas individuales, sino como síntomas de una trama relacional compleja que involucra al niño, su familia, la escuela y la cultura.

La psicopedagogía clínica, tal como se desarrolla en la tradición latinoamericana —especialmente en Argentina—, se constituye como un campo interdisciplinario, pero no ecléctico. No se trata de yuxtaponer teorías, sino de articularlas en torno a un problema central: la relación del sujeto con el saber. En este sentido, Sara Paín (1973/2002) es una figura fundacional. En su obra Diagnóstico y tratamiento de los problemas de aprendizaje, no solo describe procedimientos técnicos, sino que plantea una concepción integral del aprendizaje que integra lo biológico, lo cognitivo, lo social y lo psíquico. Para Paín, el aprendizaje no es una función aislada, sino “un lugar de coincidencia entre un momento histórico, un organismo, una etapa genética de la inteligencia y un sujeto adscrito a otras tantas estructuras teóricas” (p. 13).

Esta perspectiva rompe con los enfoques reduccionistas que dominan en muchos dispositivos institucionales. Como señalan Nevares y Galiano (2022), en la actualidad prima “la cultura de la inmediatez” y una “mirada excesivamente reduccionista sobre el niño y su responsabilidad en el proceso de aprender” (p. 2). Frente a esto, la psicopedagogía clínica propone una escucha atenta, un tiempo de elaboración y una mirada que incluye a los otros significativos. No se trata de “corregir” al niño, sino de comprender qué dice su síntoma.



Este enfoque clínico se nutre de dos pilares teóricos fundamentales: la epistemología genética de Jean Piaget y el psicoanálisis lacaniano. Paín (1985) lo expresa con claridad: “Nosotros tenemos dos pilares: Piaget y Lacan, y el conocimiento y el deseo son los otros dos” (p. 4, citado en Enrico & Fernández, 2020, p. 28). Esta articulación permite pensar el aprendizaje no solo como construcción lógica, sino como proceso deseante, atravesado por lo inconsciente, lo simbólico y lo histórico.

La psicopedagogía, entonces, no se limita al ámbito escolar. Como afirman Arias y Novack (s. f.), es un campo de intervención “en torno a la relación de los sujetos con el saber”, un saber que “se juega dentro de un vínculo humano, construyendo subjetividad” (p. 1). Este vínculo es el lugar donde circula el amor, entendido no en sentido romántico, sino como reconocimiento, hospitalidad y sostén afectivo. En sus palabras: “La relación sujeto-psicopedagogo-saber puede ser oportunidad para una recepción amorosa en la que tenga lugar el despliegue subjetivante” (Arias & Novack, s. f., p. 1).

Esta dimensión afectiva no es un añadido decorativo, sino constitutiva del acto de aprender. Como sostienen Nevares y Galiano (2022), “el acto de aprender está monitorizado por el deseo de conocer y esto siempre supone la renuncia a una satisfacción inmediata” (p. 3). Pero ese deseo no surge en el vacío: necesita de un otro que lo sostenga, que lo reconozca, que lo invista. El psicopedagogo no es un técnico neutral, sino un testigo afectivo, un “compañero de juegos, sostén y puente” (Arias & Novack, s. f., p. 1).

Esta concepción transforma radicalmente el rol del profesional. Ya no se trata de aplicar protocolos, sino de crear un espacio de confianza donde el sujeto pueda desplegar su singularidad. Como dice Arias y Novack (s. f.), las producciones del paciente son “recortes de sentido y, de algún modo, ofrendas de amor hacia el psicopedagogo” (p. 1). El dibujo, el juego, el silencio, el error: todo ello es lenguaje, todo ello es mensaje.

En este marco, la psicopedagogía se convierte en una práctica ética y política. Ética, porque responde al sufrimiento del otro con respeto y cuidado; política, porque resiste la medicalización del fracaso escolar y defiende la singularidad frente a la homogenización. Como señalan Nevares y Galiano (2022), es urgente “abrir este camino de formación, proponiendo que el psicoanálisis se acerque al contexto educativo desde la consideración de que es desde dentro desde donde mejor se puede ayudar a cambiar la mirada patologizante hacia el niño” (p. 6).

Así, la psicopedagogía clínica no es solo una herramienta para “resolver problemas”, sino un modo de habitar el mundo del aprendizaje con humildad, pasión y rigor. Es una práctica que apuesta por la subjetividad, que cree en el deseo de saber y que confía en la posibilidad de transformación. Como escriben Arias y Novack (s. f.), “aprender es des-prenderse. Desprenderse de aquello aprendido (que tenemos prendido), que nos brinda seguridad y estar dispuestos a abandonar la comodidad que, a veces, adormece, para correr el riesgo de enfrentarnos a lo des-conocido” (p. 8).

Esta es la psicopedagogía que queremos transmitir en esta cátedra: una psicopedagogía viva, crítica, amorosa.

 

2. Aprendizaje: entre el deseo, el otro y la cultura

El aprendizaje, en la perspectiva que articulan Sara Paín, Nevares y Galiano, y Arias y Novack, no es un fenómeno aislado, ni una mera adquisición de contenidos escolares. Tampoco es un proceso lineal, acumulativo o meramente cognitivo. Por el contrario, es un acto psíquico complejo, profundamente deseante, intersubjetivo y cultural. Como afirma Sara Paín (1985), “el aprendizaje puede definirse de una manera muy general como el proceso de transmisión del conocimiento” (p. 108). Pero esta transmisión no es neutral: está atravesada por el deseo, la historia, la falta y la presencia de un otro.




2.1. Aprendizaje como acto deseante

Una de las contribuciones más radicales de la psicopedagogía clínica es haber desplazado la noción de aprendizaje desde el plano de la capacidad al plano del deseo. No se trata de si el sujeto puede aprender, sino de si quiere aprender. Y ese deseo no surge espontáneamente: es efecto de una trama relacional.

Nevares y Galiano (2022) lo expresan con claridad: “El acto de aprender está monitorizado por el deseo de conocer y esto siempre supone la renuncia a una satisfacción inmediata” (p. 3). Aprender implica renunciar a la comodidad de la ignorancia, a la fusión con la madre, a la omnipotencia infantil. Implica aceptar que “siempre hay algo más en el campo del saber” (p. 3), que el conocimiento es inacabado, que el sujeto está constitutivamente en falta.

Este planteo retoma la noción freudiana de sublimación: la pulsión se desvía de sus objetos primarios de satisfacción y se orienta hacia el conocimiento como forma de placer intelectual. Pero, como señalan Nevares y Galiano (2022), “se necesita, además, de un otro, como intermediario entre los conocimientos y lo propio” (p. 3). Sin ese otro que sostenga el deseo, que lo reconozca, que lo invista, el sujeto no se arriesga a abandonar la seguridad de lo conocido.

Sara Paín (1975/1985) profundiza esta idea al afirmar que el aprendizaje es “el equivalente funcional del instinto” (p. 10). En el ser humano, a diferencia de otros animales, no hay instintos prefijados que garanticen la supervivencia. En su lugar, hay aprendizaje: la posibilidad de construir, a través del otro, los modos de habitar el mundo. Pero ese aprendizaje no es automático: “No se aprende de la simple experiencia sobre las cosas si no hay un intermediario o un testigo” (Paín, 1985, p. 111).

"El aprender es una producción deseante y cognoscente a través de la cual nos vamos construyendo como humanas/os. No se circunscribe a lo consciente, ni a lo intelectual, ni a lo escolar.

Si bien es cierto que en el proceso de enseñanza-aprendizaje existe transmisión de contenidos (información) para que el aprendiente pueda construir conocimientos a partir de las informaciones necesita significarlas, en un trabajo de implicación desde su saber.
(...) Por eso cuando recordamos a nuestros maestros de la infancia, no lo hacemos por los contenidos enseñados, sino que guardamos dentro nuestro inscripto como modalidad propia de aprendizaje el posicionamiento aprendiente que esos maestros nos posibilitaron.
Un maestro: alguien que abriendo espacios de autoría de pensamiento para si mismo, consigue que sus alumnos los hagan para ellos. Así entiendo el enseñar, como espacio posibilitador de autoría de pensamiento (reconocimiento de si mismo como autor responsable transformador de su historia y su mundo)."
Alicia Fernandez, "De como la modalidad de aprendizaje de los enseñantes incide en su modalidad de enseñar."



2.2. El otro como testigo y sostén

El “intermediario” o “testigo” al que refiere Paín no es un mero transmisor de información. Es un sujeto deseante, que inviste al otro como sujeto de deseo. Es quien mira, escucha, reconoce y responde. Como escriben Arias y Novack (s. f.), “la mirada es fundante en la vida del ‘humano’ pues a partir del acto de ser mirado deviene un sujeto” (p. 1). Esa mirada no es neutral: es “investida de amor”, “libidinizante”, “hospitalaria”.

En sus palabras:

“La relación sujeto-psicopedagogo-saber puede ser oportunidad para una recepción amorosa en la que tenga lugar el despliegue subjetivante” (Arias & Novack, s. f., p. 1).

Este “amor” no es sentimental, sino ético: es la apuesta por la subjetividad del otro, la creencia en su capacidad de pensar, de desear, de transformarse. Es lo que permite que una niña, en una viñeta clínica, pueda dibujar “con los brazos abiertos para recibir y dar”, a pesar del miedo que la paraliza (Arias & Novack, s. f., p. 2). Es lo que hace posible que el síntoma se despliegue no como fracaso, sino como mensaje.

Nevares y Galiano (2022) también enfatizan este punto:

“Los padres, los maestros, los adultos que educan tienen la responsabilidad de suscitar la atención del que aprende y de sostener la creencia en sus capacidades” (p. 4).

Y añaden: “Leer y escribir es necesario, pero la necesidad no es suficiente para lograrlo; se requiere del deseo y este no se obliga, ni se impone” (p. 4). El deseo solo florece en un espacio de confianza, donde el sujeto se siente reconocido en su singularidad, no juzgado por su déficit.

2.3. Aprendizaje como proceso cultural e histórico

El aprendizaje tampoco puede pensarse al margen de la cultura y la historia. Sara Paín (1973/2002) lo señala desde sus primeros escritos: el aprendizaje es “un lugar de coincidencia entre un momento histórico, un organismo, una etapa genética de la inteligencia y un sujeto adscrito a otras tantas estructuras teóricas” (p. 13). Es decir, el sujeto no aprende en el vacío: lo hace en un contexto social, ideológico y simbólico determinado.

En La génesis del inconsciente, Paín (1985) insiste:

“No se puede aprender algo que no sea para el otro algo sabido” (p. 109).

El niño no inventa el lenguaje, la escritura o las matemáticas. Se inserta en una tradición cultural que ya existe, que ya ha sido construida por otros. Pero esa inserción no es pasiva: el sujeto re-significa lo recibido, lo hace propio, lo transforma. Como dice Paín (1985), “lo que se reproduce es justamente un sujeto de la cultura” (p. 29).

Este proceso implica identificaciones, pero no con el pedido del otro, sino con su deseo. Nevares y Galiano (2022) lo ilustran con una metáfora poderosa:

“Al igual que el gusto por la lectura parte de verlo y sentirlo en los padres, así mismo el deseo de saber en el niño está fuertemente intrincado en el deseo de saber en sus padres” (p. 3).

Si los padres transmiten que el saber es peligroso, inútil o doloroso, el niño internaliza esa mirada. Si, por el contrario, el saber es fuente de placer, de conexión, de libertad, el niño se atreve a desearlo.



2.4. Aprendizaje como renuncia y autonomía

Aprender, entonces, es un acto de separación. Es salir de la dependencia, renunciar a ser el objeto exclusivo del cuidado materno, aceptar que “mamá ya no me leerá más ese cuento que me encantaba” (Nevares & Galiano, 2022, p. 4). Es enfrentar la soledad del pensamiento, la responsabilidad de pensar por uno mismo.

Como afirman Nevares y Galiano (2022):

“Supone salir de la dependencia y adquirir autonomía: aceptar la individualidad, puesto que al fin el verdadero aprendizaje se produce en soledad” (p. 4).

Pero esa soledad no es abandono: es la soledad creativa del sujeto que, habiendo sido sostenido por un otro, ahora puede pensar por sí mismo. Para que esto ocurra, los adultos deben “abandonar ellos mismos ese lugar de ‘dadores’ que tantas satisfacciones les ha supuesto” (p. 4). Deben permitir que el hijo se vaya, que se diferencie, que se constituya como sujeto autónomo.

2.5. La intersubjetividad como terreno fértil

Todas las fuentes coinciden en que el aprendizaje se sostiene en la intersubjetividad. No hay sujeto sin otro, no hay pensamiento sin reconocimiento, no hay deseo sin inversión afectiva.

Arias y Novack (s. f.) lo resumen así:

“Sostenemos que es ineludible construir un vínculo intersubjetivo que funcione como terreno fértil para que la subjetividad se exprese” (p. 1).

Ese vínculo no es un agregado al aprendizaje: es su condición de posibilidad. Es en el encuentro con el otro donde el sujeto se constituye, donde el síntoma se despliega, donde el deseo se reactiva. Como dice Arias y Novack (s. f.), “cuando se conectan el amor y la problemática en el encuentro intersubjetivo psicopedagogo-paciente, se puede pensar que el amor es la respuesta más precisa que irrumpe frente a cualquier nivel de complejidad” (p. 2).

Este “amor” es lo que permite que una niña con mutismo selectivo pueda “emitir sonrisas” mientras trabaja con arcilla, que un niño desarraigado pueda “traer de algún modo aquellas tierras y lo aprendido allí” para construir puentes simbólicos (Arias & Novack, s. f., pp. 3–4). Es lo que transforma el consultorio en un espacio transicional, donde lo real, lo simbólico y lo imaginario se entrelazan para hacer posible el aprendizaje.

 

3. El motivo de consulta: del síntoma al mensaje

En la psicopedagogía clínica, el motivo de consulta no es un dato neutral ni un punto de partida técnico. Es, por el contrario, el primer síntoma de una trama relacional compleja, un indicador de sufrimiento que requiere ser escuchado en su dimensión simbólica, no solo en su manifestación conductual. Como afirman Nevares y Galiano (2022), “las dificultades escolares se ponen en juego en tres escenarios: el Niño, la Familia y la Escuela” (p. 5). El motivo de consulta —ya sea “no atiende”, “no lee”, “es muy inquieto”— es la forma en que esa trama se hace visible, pero no es la causa del problema.

3.1. El motivo de consulta como demanda institucional

Con frecuencia, el motivo de consulta proviene de la escuela, que actúa como un dispositivo de detección temprana del fracaso. Sin embargo, esta detección suele estar marcada por una lógica de eficiencia, rendimiento y normalización. Como señalan Nevares y Galiano (2022), “en la mayoría de las instituciones escolares se pretende la pronta resolución de las dificultades de aprendizaje, proponiéndose actuaciones rápidas y directivas” (p. 2). En este contexto, el niño se convierte en un objeto de intervención, no en un sujeto con una historia.

El psicopedagogo clínico, en cambio, no responde inmediatamente a la demanda escolar. Antes bien, la interroga. ¿Qué función cumple esta demanda en la institución? ¿Qué angustias escolares se proyectan en el niño? ¿Qué expectativas no dichas se depositan en él? Como escriben Nevares y Galiano (2022), “el psicoanálisis se coloca en relación a la Pedagogía como un instrumento de investigación” (p. 2). El motivo de consulta no es un problema a resolver, sino una puerta de entrada para indagar en los procesos psíquicos inconscientes que obstaculizan el aprendizaje.

3.2. Del síntoma al mensaje

La psicopedagogía clínica distingue entre síntoma e inhibición, una distinción heredada de Sara Paín (1973/2002). La inhibición es una renuncia parcial a una función (por ejemplo, no leer, no escribir), mientras que el síntoma es una formación de compromiso entre lo reprimido y lo aceptable, que se expresa de forma simbólica. En ambos casos, el no-aprender dice algo.

Nevares y Galiano (2022) ilustran esta idea con casos clínicos reveladores. En el caso de Jonathan, un niño de 4 años etiquetado como “retraso madurativo”, la verdadera pregunta no es si tiene o no un retraso, sino “¿de quién?” (p. 2). ¿Acaso los padres, al tratarlo como un “objeto que le acompaña y entretiene”, lo mantienen en una dependencia que le impide constituirse como sujeto pensante? El síntoma —el retraso— es un mensaje cifrado sobre la posición que ocupa el niño en la trama familiar.

En el caso de Elvis, diagnosticado con “dislexia y déficit de atención”, las dificultades en la lectura y escritura no responden a una alteración neurológica, sino a una historia de desamparo, comparación y desvalorización. La madre, que compara a Elvis con sus hermanas (“¡no como él!”), lo coloca en un lugar de incapacidad. El niño, entonces, “no es capaz” porque así lo ha constituido el deseo materno. Como preguntan Nevares y Galiano (2022): “¿Tendrá algo que ver un padre, desvalorizado quizá, que reivindica a la sociedad un lugar que perdió en su infancia...?” (p. 3). El síntoma escolar es la materialización de una trama intersubjetiva.

3.3. La función del psicopedagogo: escuchar lo que no se dice

Frente al motivo de consulta, el psicopedagogo no aplica protocolos, sino que escucha lo que no se dice. Como afirma Alicia Fernández (citado en Arias & Novack, s. f.), “la intervención del psicopedagogo en el primer momento de la relación con el paciente supone escuchar-mirar y nada más” (p. 1). Escuchar no es oír palabras, sino “abrir-se-permitir-impregnarse”; mirar no es ver, sino “seguir-buscar-incluirse-interesarse-acompañar”.

En la Viñeta 1 de Arias y Novack (s. f.), una niña tímida no dice con palabras que quiere ser feliz, sino que lo dibuja: “se dibujó con los brazos abiertos para recibir y dar” (p. 2). El dibujo es su mensaje, su ofrenda de amor al psicopedagogo. En la Viñeta 5, una niña con mutismo selectivo no habla, pero “emitió sonrisas” mientras trabajaba con arcilla. Su cuerpo habló allí donde la palabra fallaba. Como dice Galeano (2000), citado por Arias y Novack: “Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea” (p. 1).

El psicopedagogo, entonces, es un intérprete de lo no dicho, un testigo de lo simbólico. Su tarea no es corregir el síntoma, sino crear las condiciones para que el sujeto pueda decirlo con sus propias palabras.



3.4. El motivo de consulta como efecto de la cultura

El motivo de consulta también es un efecto de la cultura contemporánea, marcada por la inmediatez, la medicalización y la patologización de la diferencia. Nevares y Galiano (2022) lo denuncian con claridad: “en la actualidad prima la cultura de la inmediatez, y la psicopedagogía adolece de una mirada excesivamente reduccionista sobre el niño y su responsabilidad en el proceso de aprender” (p. 2). Las etiquetas (“TDAH”, “dislexia”, “trastorno del espectro autista”) cierran el sentido, impiden la pregunta.

Frente a esto, la psicopedagogía clínica propone una ética de la duda. Como afirman Nevares y Galiano (2022), “la relativización de la palabra de los padres, y el no prejuzgar de entrada nada, ni creer a pies juntillas opiniones e interpretaciones previas, se convirtió en una manera habitual de actuar” (p. 2). El motivo de consulta no es una verdad, sino una hipótesis de trabajo que debe ser puesta a prueba en el encuentro clínico.

3.5. La responsabilidad del psicopedagogo

Finalmente, el psicopedagogo debe asumir su propia responsabilidad en la construcción del motivo de consulta. No es un observador neutral, sino un partícipe activo de la escena clínica. Como señalan Arias y Novack (s. f.), “el psicopedagogo es testigo, co-protagonista, compañero de juegos, sostén y puente” (p. 1). Su mirada, su deseo, su transferencia influyen en cómo el paciente se presenta y qué síntomas despliega.

En este sentido, el motivo de consulta no es algo que el paciente trae, sino algo que se construye en el encuentro. Como dice Žižek (2000), citado por Arias y Novack: “el sujeto nunca puede dominar y manipular plenamente el modo en que provoca la transferencia en los otros... siempre hay algo mágico” (p. 2). El psicopedagogo, al abrir un espacio de confianza, permite que el síntoma se despliegue no como fracaso, sino como posibilidad de transformación.

 

4. El encuadre psicopedagógico: sostén simbólico y espacio transicional

El encuadre en la psicopedagogía clínica no es un mero conjunto de reglas administrativas —horarios, honorarios, duración de las sesiones—, sino un dispositivo simbólico fundamental que crea las condiciones para que el aprendizaje sea posible. Es, en palabras de André Green (citado en Arias & Novack, s. f.), un “espacio transicional potencial”, un lugar intermedio entre lo interno y lo externo, entre lo real y lo simbólico, donde el sujeto puede desplegar su subjetividad sin ser invadido ni abandonado. Como afirman Arias y Novack (s. f.), el encuadre “fomenta el movimiento hacia la simbolización, contenida y sostenida entre dichos límites” (p. 8).

4.1. El encuadre como holding afectivo

El encuadre psicopedagógico cumple una función análoga al holding descrito por Winnicott (2009): es un sostén que permite al sujeto sentirse seguro, contenido, reconocido. Pero este sostén no es pasivo: es activo, libidinizante, investido de amor. Como señalan Arias y Novack (s. f.), “supervisar hace referencia al acto de observar o estudiar algo con una visión global y a una cierta distancia; puede pensarse también como un encuentro intersubjetivo” (p. 6). Lo mismo ocurre en la consulta: el encuadre no es una jaula, sino un campo de encuentro donde el sujeto y el psicopedagogo se reconocen mutuamente.

En la Viñeta 4 de Arias y Novack (s. f.), el primer encuentro con un niño de seis años ilustra esta idea con precisión:

“Abro la puerta del consultorio, lo miro y él me mira. La mamá dice ‘es él’, me agacho a su altura a saludarlo. Cierro la puerta y le digo —mientras él mira para todos lados— que este es nuestro lugar, invitándolo a pasar” (p. 4).

Este ritual —mirar, agacharse, nombrar el espacio como “nuestro”— no es casual: es la inauguración simbólica del encuadre. Es el acto mediante el cual el psicopedagogo dice: “Aquí estás seguro. Aquí eres visto. Aquí puedes ser tú”. La respuesta del niño —una sonrisa, el entusiasmo por mostrar sus cosas— es la prueba de que el encuadre ha funcionado como hospitalidad simbólica.

4.2. El encuadre como tercero simbólico

El encuadre también introduce un tercer elemento en la relación dual sujeto-psicopedagogo. Como afirma Green (citado en Arias & Novack, s. f.), “la función del tercero al espacio transicional potencial, creado entre dos y el encuadre” (p. 8). Este “tercero” no es una persona, sino la ley simbólica que regula el encuentro: el tiempo, el lugar, la palabra, la tarea. Es lo que impide que la relación se colapse en la fusión o en la hostilidad.

Este tercero es esencial para la simbolización. Sin él, el sujeto queda atrapado en lo real del sufrimiento, en la repetición del síntoma. Con él, puede nombrar, distanciarse, transformar. Como dice Arias y Novack (s. f.), “el encuadre fomenta el movimiento hacia la simbolización” (p. 8). Es el marco que permite que un dibujo no sea solo un garabato, sino un mensaje; que un silencio no sea solo ausencia, sino presencia cifrada.

4.3. El encuadre en la supervisión y la formación

El encuadre no se limita al consultorio: también rige los espacios de formación y supervisión. En la cátedra de Prácticas Profesionalizantes, el encuadre es lo que permite que los futuros psicopedagogos se desprendan de la posición de alumnos y se inscriban como profesionales. Como afirma una estudiante citada por Arias y Novack (s. f.):

“Aprender es des-prenderse. Desprenderse de aquello aprendido (que tenemos prendido), que nos brinda seguridad y estar dispuestos a abandonar la comodidad que, a veces, adormece, para correr el riesgo de enfrentarnos a lo des-conocido” (p. 7).

La supervisión, entonces, no es una corrección técnica, sino un espacio de transmisión donde el encuadre permite la exposición a la ignorancia. Como escriben Castro, Covache y Kornblit (citado en Arias & Novack, s. f.):

“mostrarse desnudo de teoría, vestido de ignorancia [...] que permite que la pregunta se instale” (p. 7).

Este encuadre formativo debe evitar la violencia simbólica de imponer un único estilo de hacer psicopedagogía. Arias y Novack (s. f.) proponen una metáfora poderosa:

“Se puede operar como el pintor o como el escultor. Si operamos como el pintor, sobre el lienzo blanco colocaremos los colores que nuestro deseo indica; en cambio si operamos como el escultor deberemos ser cuidadosos y respetar los senderos o líneas que la piedra sugiere” (p. 8).

El buen encuadre formativo es escultórico: respeta la singularidad del aprendiz, acompaña su proceso sin imponer formas prefabricadas.

4.4. El encuadre como resistencia a la inmediatez

En un contexto marcado por la cultura de la inmediatez (Nevares & Galiano, 2022), el encuadre psicopedagógico es un acto de resistencia ética. Mientras las instituciones escolares exigen soluciones rápidas, etiquetas y protocolos, el encuadre clínico propone un tiempo de elaboración, un espacio de espera. Como afirman Nevares y Galiano (2022), “invertir tiempo en mirar y en escuchar” se convirtió en su “manera habitual de actuar” (p. 2).

Este tiempo no es pérdida: es condición de posibilidad del aprendizaje. Como muestra el caso de Pablo (Nevares & Galiano, 2022), un niño inicialmente evaluado con “funcionamiento bajo”, su potencial solo se desplegó “ante nuestra mirada de reconocimiento, de respeto por su singularidad” (p. 5). El encuadre permitió que el niño saliera de la comparación con su hermano mellizo y se mostrara en su propia luz.

4.5. El encuadre como dispositivo ético y dinámico

Finalmente, el encuadre es un dispositivo ético. Ético porque protege al sujeto de la arbitrariedad, la invasión y la instrumentalización. Ético porque protege al psicopedagogo de sus propias ansiedades, deseos y transferencias. Como señalan Arias y Novack (s. f.), en el trabajo clínico pueden surgir obstáculos como “la desobstrucción de la observación de signos vinculares oscurecidos por los llamados signos individuales (lo propio interfiriendo la posición analítica)” (p. 6).

Sin embargo, el encuadre no es rígido ni inmutable. Como señalan Patiño, Rulli y Yapura (2009), en la práctica clínica contemporánea, el encuadre “dejó de ser silencioso, mudo, para interpelarnos constantemente en nuestras intervenciones” (p. 350). Las inasistencias, los cambios de horario, las emergencias familiares, las dificultades económicas y las fragilidades psíquicas de los padres ponen a prueba la matriz formal del encuadre.

Frente a esto, los autores proponen distinguir entre dos niveles del encuadre, siguiendo a Green:

  • El “estuche”: los aspectos formales (horario, lugar, duración),
  • La “matriz activa”: la asociación libre del paciente y la escucha flotante del terapeuta.

Como afirman Patiño, Rulli y Yapura (2009), “el estuche protege a la matriz”, pero “si bien los instrumentos [...] ya están predeterminados, el encontrarnos con niños que no pueden acogerse a las consignas dadas, no impide que puedan proseguir con el diagnóstico” (p. 350). En estos casos, el psicopedagogo debe flexibilizar su intervención sin perder de vista la expectativa de instalación de la transferencia y la contratransferencia.

El encuadre, entonces, no es una jaula, sino un espacio de potencialidad psíquica. Como escriben Patiño, Rulli y Yapura (2009), “el encuadre se presenta como una condición de posibilidad sin rigidizarse ni estereotiparse, transformándose en un espacio de potencialidad” (p. 350). Esta transformación depende del trabajo de simbolización del terapeuta, quien debe “someterse a sí mismo a un propio análisis” para “apreciar sobre sí los efectos del encuadre” (p. 350).

En este sentido, el encuadre no es solo un marco externo, sino también un encuadre interno: una postura ética, una capacidad de contención, una disposición a la escucha. Como concluyen Patiño, Rulli y Yapura (2009), “nuestras prácticas clínicas actuales, nos llevaron a pensar en los propios límites, en los límites de nuestros pacientes y en lo que esto significa para el trabajo terapéutico” (p. 350). Solo desde esa reflexión es posible “brindar espacios de potencialidad simbólica”.

 

5. Problema de aprendizaje u objeto de estudio de la psicopedagogía

La psicopedagogía clínica no se define por su método, ni por su campo de intervención (la escuela), sino por su objeto de estudio: la relación del sujeto con el saber. Este objeto no es estático ni universal, sino histórico, singular y deseante. Como afirma Sara Paín (1973/2002), el aprendizaje es “un lugar de coincidencia entre un momento histórico, un organismo, una etapa genética de la inteligencia y un sujeto adscrito a otras tantas estructuras teóricas” (p. 13). Es en esa intersección donde se inscribe el problema de aprendizaje, no como déficit, sino como síntoma de una trama relacional compleja.


5.1. El problema de aprendizaje como síntoma psíquico

Sara Paín (1973/2002) distingue entre inhibición y síntoma. La inhibición es una renuncia parcial a una función (por ejemplo, no leer), mientras que el síntoma es una formación de compromiso entre lo reprimido y lo aceptable. En ambos casos, el no-aprender dice algo sobre la posición del sujeto frente al deseo, la ley y el otro.

Como señalan Nevares y Galiano (2022), “los problemas de aprendizaje desde la psicopedagogía clínica son siempre singulares, y para llegar a ellos hay que partir de la relación que el sujeto establece con el conocimiento y la significación que éste tiene para él” (p. 4). No se trata de medir lo que falta, sino de escuchar lo que el síntoma comunica.

En el caso de Elvis, por ejemplo, las dificultades en la lectura y escritura no responden a una alteración neurológica, sino a una historia de desamparo, comparación y desvalorización. La madre, que dice “¡no como él!” al referirse a sus hijas, lo coloca en un lugar de incapacidad. El niño, entonces, “no es capaz” porque así lo ha constituido el deseo materno. El síntoma escolar es la materialización de una trama intersubjetiva (Nevares & Galiano, 2022, p. 3).




5.2. El problema de aprendizaje como efecto de la trama familiar

El problema de aprendizaje no reside en el niño, sino en la intersección entre niño, familia y escuela. Como afirman Nevares y Galiano (2022), “en las dificultades escolares se ponen en juego tres escenarios: el Niño, la Familia y la Escuela” (p. 5).

En el caso de Manuel, un niño de 11 años con dificultades para concentrarse, la raíz del problema no es cognitiva, sino relacional. Su madre, que lo dejó al cuidado de su hermana para irse a Francia, le ha transmitido una historia de abandono, secretos y enigmas. Como dice el propio Manuel: “Descubrí que tenía un padre. Pensaba que había nacido sin padre” (Nevares & Galiano, 2022, p. 4). ¿Cómo puede un niño conectar con las explicaciones del aula cuando “no queda claro qué pasará mañana”? (Nevares & Galiano, 2022, p. 4).

Sara Paín (1985) lo resume con una frase contundente: “Es difícil para un chico perder la legitimidad que le da la ignorancia, la protección que le proporciona el no saber y la castidad que le garantiza la inocencia” (citado en Nevares & Galiano, 2022, p. 4). El saber implica pérdida, separación, responsabilidad. Si el entorno no sostiene ese tránsito, el sujeto se queda atrapado en la ignorancia como forma de protección.

5.3. El problema de aprendizaje como efecto de la institución escolar

La escuela, lejos de ser un espacio neutral, es un dispositivo simbólico que puede favorecer o obstaculizar el aprendizaje. Como señalan Nevares y Galiano (2022), “en la mayoría de las instituciones escolares se pretende la pronta resolución de las dificultades de aprendizaje, proponiéndose actuaciones rápidas y directivas” (p. 2). Esta lógica de eficiencia cierra el sentido, impide la pregunta, y convierte al niño en un objeto de intervención.

En este contexto, el problema de aprendizaje se convierte en un problema de gestión, no en un mensaje psíquico. Como afirman Nevares y Galiano (2022), “en ella [la escuela] el caso se puede convertir en un problema, concluyendo en una etiqueta que cierra cualquier posibilidad de pensar” (p. 5).

La psicopedagogía clínica, en cambio, propone una ética de la duda. Como dice Arias y Novack (s. f.), “la respuesta es la tristeza de la pregunta” (p. 8). No se trata de tener respuestas, sino de sostener la pregunta, de crear un espacio donde el síntoma pueda desplegarse como mensaje.

5.4. El problema de aprendizaje como resistencia al saber

Finalmente, el problema de aprendizaje puede ser una resistencia al saber, una forma de evitar el sufrimiento que entraña el conocimiento. Como señalan Nevares y Galiano (2022), “la ignorancia también aporta una ganancia, que tendría que ver con la evitación del sufrimiento que entraña el saber” (p. 4).

Aprender implica renunciar a la fusión con la madre, a la omnipotencia infantil, a la seguridad de lo conocido. Implica aceptar que “siempre hay algo más en el campo del saber” (Nevares & Galiano, 2022, p. 3), que el conocimiento es inacabado, que el sujeto está constitutivamente en falta.

Si el entorno no sostiene ese tránsito —si los padres no permiten que el hijo se vaya, si la escuela exige respuestas sin permitir preguntas—, el sujeto se queda atrapado en la inhibición o el síntoma.

5.5. El objeto de estudio de la psicopedagogía: la relación con el saber

En síntesis, el objeto de estudio de la psicopedagogía no es el aprendizaje en abstracto, sino la relación singular que cada sujeto establece con el saber. Como afirman Arias y Novack (s. f.), “la psicopedagogía es un campo de intervención en torno a la relación de los sujetos con el saber” (p. 1).

Esta relación está atravesada por:

  • El deseo (¿quiere aprender?),
  • El otro (¿quién sostiene su deseo?),
  • La cultura (¿qué saber se transmite?),
  • La historia (¿qué tramas familiares lo preceden?),
  • La institución (¿qué lugar le ofrece la escuela?).

El problema de aprendizaje es el punto en que esta trama se quiebra, se bloquea, se repite. La tarea del psicopedagogo no es “corregir” esa quiebra, sino crear las condiciones para que el sujeto pueda transformarla en pregunta.

 

6. Diagnóstico y tratamiento de los problemas de aprendizaje: una propuesta clínica integrada

El diagnóstico y el tratamiento de los problemas de aprendizaje en la psicopedagogía clínica no son procedimientos técnicos estandarizados, sino procesos intersubjetivos, simbólicos y éticos que se despliegan en el encuentro entre el psicopedagogo, el sujeto que consulta y su entorno. Como afirma Sara Paín (1973/2002), el diagnóstico no busca “etiquetar”, sino “definir el ámbito de su perturbación, es decir la patología del aprendizaje” (p. 49), entendida como disfunción o inhibición en un proceso que articula lo biológico, lo cognitivo, lo social y lo psíquico.

6.1. El diagnóstico como proceso de escucha y construcción de hipótesis

El diagnóstico psicopedagógico comienza con una escucha atenta que va más allá de los síntomas conductuales. Como señalan Nevares y Galiano (2022), “la relativización de la palabra de los padres, y el no prejuzgar de entrada nada, ni creer a pies juntillas opiniones e interpretaciones previas, se convirtió en una manera habitual de actuar” (p. 2). Esta actitud implica invertir tiempo en mirar y en escuchar, en lugar de aplicar protocolos rápidos.

El diagnóstico no se basa solo en pruebas psicométricas, sino en una triangulación de fuentes: entrevistas con padres, observación del niño, aplicación de test cognitivos y proyectivos, y análisis de la producción simbólica (dibujos, juegos, escritura). Como muestra el caso de Pablo (Nevares & Galiano, 2022), un niño inicialmente evaluado con “funcionamiento bajo”, su potencial solo se desplegó “ante nuestra mirada de reconocimiento, de respeto por su singularidad” (p. 5). Las pruebas no miden capacidades fijas, sino posibilidades en relación con un contexto vincular.

Sara Paín (1973/2002) propone un modelo multifactorial que considera:

  • Factores orgánicos (neurológicos, sensoriales),
  • Factores específicos (cognitivos, lingüísticos),
  • Factores psicógenos (afectivos, inconscientes),
  • Factores ambientales (familiares, escolares, sociales).

Este enfoque evita la reducción del problema a una sola causa y permite construir hipótesis dinámicas que se van reformulando a lo largo del proceso.

6.2. El tratamiento como espacio de elaboración simbólica

El tratamiento psicopedagógico no es reeducación escolar. Como afirman Nevares y Galiano (2022), “no se buscan objetivos concretos que vienen del exterior (leer, escribir, atender, etc.). Se atiende a las modalidades de acceso al proceso de conocer” (p. 6). El objetivo no es que el niño “aprenda a leer”, sino que pueda desplegar su deseo de saber.

Este tratamiento se nutre del psicoanálisis y utiliza la tarea escolar como mediadora simbólica. La escritura, la lectura, el cálculo no son fines en sí mismos, sino soportes para la elaboración de conflictos psíquicos. Como dice Nevares y Galiano (2022), “la Psicopedagogía Psicoanalítica utiliza la tarea como medio de elaborar los conflictos psíquicos que dificultan los procesos de simbolización” (p. 6).

En la Viñeta 3 de Arias y Novack (s. f.), el tratamiento con una niña se despliega a través de la pintura:

“Celeste y azul... claro, está muy bueno, quiero el mar acá... contigo me está gustando pintar... me estás contagiando algo lindo” (p. 3).

La tarea no es corregir colores, sino crear un espacio de complicidad afectiva donde la niña pueda mostrar su saber y ser reconocida como sujeto deseante.

6.3. El rol del psicopedagogo: sostén, testigo y puente

El psicopedagogo no es un técnico neutral, sino un operador simbólico que:

  • Sostiene el deseo del sujeto,
  • Testimonia su sufrimiento,
  • Pone en juego su propia subjetividad.

Como afirman Arias y Novack (s. f.), el psicopedagogo es “testigo, co-protagonista, compañero de juegos, sostén y puente” (p. 1). Su mirada es “fundante”, “libidinizante”, “hospitalaria”. En la Viñeta 5, con una niña con mutismo selectivo, la comunicación no es verbal, sino “a través de un gesto, del cuerpo, de una caricia” (p. 4). El psicopedagogo aprende a comunicarse en el lenguaje del otro.

Este rol implica una ética de la presencia: estar ahí, sin juzgar, sin imponer, sin huir del sufrimiento. Como dice Alicia Fernández (citado en Arias & Novack, s. f.), “la intervención del psicopedagogo en el primer momento de la relación con el paciente supone escuchar-mirar y nada más” (p. 1).

6.4. La familia y la escuela: co-partícipes del proceso

El tratamiento no se limita al consultorio. Como afirman Nevares y Galiano (2022), “en las dificultades escolares se ponen en juego tres escenarios: el Niño, la Familia y la Escuela” (p. 5). El psicopedagogo debe trabajar con los tres.

Con la familia, el objetivo es “entender qué papel tienen ellos en el destino de dicho deseo” (Nevares & Galiano, 2022, p. 5). En el caso de Carla, la madre “le pone las cosas en la mochila” y “le hace dictados porque junto palabras”. ¿Acaso la niña ocupa un lugar de objeto de cuidado que le impide constituirse como sujeto autónomo? (Nevares & Galiano, 2022, p. 4).

Con la escuela, el psicopedagogo actúa como puente y agente de cambio. Como muestran Nevares y Galiano (2022) en la sección “Llantos en la escuela”, una reunión con educadoras jóvenes permitió “un cambio de actitud” no por dar pautas, sino por “poder hablar en la sesión anterior y saber que van a contar con un espacio para reflexionar” (p. 6). La intervención es preventiva y sistémica, no solo clínica.

6.5. La supervisión como espacio de transmisión y elaboración

El diagnóstico y tratamiento no son actos solitarios. Requieren de supervisión, entendida no como control, sino como “encuentro intersubjetivo” (Arias & Novack, s. f., p. 6). La supervisión permite:

  • Elaborar la contratransferencia,
  • Desprenderse de certezas teóricas,
  • Exponerse a la ignorancia.

Como afirman Castro, Covache y Kornblit (citado en Arias & Novack, s. f.), “mostrarse desnudo de teoría, vestido de ignorancia [...] que permite que la pregunta se instale” (p. 7). La supervisión es un espacio de transmisión, donde se teje una “cadena transferencial” que incluye al practicante, al supervisor, al paciente y a la institución.

En este espacio, el futuro psicopedagogo aprende a “des-prenderse de aquello aprendido (que tenemos prendido), que nos brinda seguridad y estar dispuestos a abandonar la comodidad que, a veces, adormece, para correr el riesgo de enfrentarnos a lo des-conocido” (Arias & Novack, s. f., p. 7).

 


 

7. Otros conceptos clave en la psicopedagogía clínica: transferencia, contratransferencia, supervisión y transmisión

La psicopedagogía clínica no se agota en el diagnóstico y tratamiento del problema de aprendizaje. Es un campo de prácticas intersubjetivas donde circulan afectos, deseos, angustias y saberes. En este entramado, conceptos como transferencia, contratransferencia, supervisión y transmisión adquieren una relevancia central, no como meros instrumentos técnicos, sino como condiciones de posibilidad del acto psicopedagógico.

7.1. Transferencia: el deseo que se dirige al otro

La transferencia en la psicopedagogía clínica no es una repetición patológica, sino una apertura simbólica. Es el modo en que el sujeto inviste al psicopedagogo como un otro capaz de sostener su deseo de saber. Como afirman Arias y Novack (s. f.), “un sujeto se constituye en el campo del otro” (p. 1). El psicopedagogo, entonces, no es un técnico neutral, sino un lugar simbólico donde el sujeto puede proyectar sus expectativas, sus miedos y sus esperanzas.

En la Viñeta 1 de Arias y Novack (s. f.), la niña tímida no dice con palabras que quiere ser feliz, sino que lo dibuja: “se dibujó con los brazos abiertos para recibir y dar” (p. 2). Este dibujo es un acto de transferencia: una ofrenda de amor al psicopedagogo, una forma de decir: “Confío en ti. Creo que puedes sostener mi deseo”. La transferencia no es un obstáculo, sino la condición misma del tratamiento.

7.2. Contratransferencia: la herramienta analítica del psicopedagogo

La contratransferencia —los afectos, pensamientos y reacciones que el paciente despierta en el psicopedagogo— no es un residuo subjetivo que debe eliminarse, sino una herramienta analítica de suma riqueza. Como afirma Pontalis (citado en Arias & Novack, s. f.), la contratransferencia incluye “movimientos corporales discretos que hacen eco a una moción pulsional, puesta en marcha en el analista por lo que acaba de escuchar” (p. 6).

En la Viñeta 5, con una niña con mutismo selectivo, la psicopedagoga escribe: “Yo, su Psicopedagoga, aprendí a comunicarme con la niña desde otro lugar, a través de un gesto, del cuerpo, de una caricia” (Arias & Novack, s. f., p. 4). Esta transformación en la forma de comunicarse no es casual: es el efecto de la contratransferencia, que le permite sintonizar con el lenguaje no verbal de la niña.

Sin embargo, la contratransferencia también puede convertirse en un obstáculo si no se elabora. Arias y Novack (s. f.) advierten sobre la tendencia a ver a los padres como “enemigos del niño al cual ‘enferman’”, lo que lleva al psicopedagogo a “embarcarse en una ‘campaña’ de defensa del niño (y de sus propias partes infantiles)” (p. 6). La supervisión es clave para distinguir entre lo que pertenece al paciente y lo que pertenece al psicopedagogo.

7.3. Supervisión: espacio de transmisión y elaboración

La supervisión no es un control jerárquico, sino un encuentro intersubjetivo donde se teje una “cadena transferencial” que incluye al practicante, al supervisor, al paciente y a la institución. Como afirman Arias y Novack (s. f.), “supervisar hace referencia al acto de observar o estudiar algo con una visión global y a una cierta distancia; puede pensarse también como un encuentro intersubjetivo” (p. 6).

Este encuentro tiene una función terapéutica indirecta: sostiene al futuro psicopedagogo en su proceso de desprendimiento del rol de alumno y de inscripción como profesional. Como dice una estudiante citada por Arias y Novack (s. f.):

“Aprender es des-prenderse. Desprenderse de aquello aprendido (que tenemos prendido), que nos brinda seguridad y estar dispuestos a abandonar la comodidad que, a veces, adormece, para correr el riesgo de enfrentarnos a lo des-conocido” (p. 7).

La supervisión también es un espacio de exposición a la ignorancia. Como escriben Castro, Covache y Kornblit (citado en Arias & Novack, s. f.):

“mostrarse desnudo de teoría, vestido de ignorancia [...] que permite que la pregunta se instale” (p. 7).

Esta actitud evita la violencia simbólica de imponer un único estilo de hacer psicopedagogía. Arias y Novack (s. f.) proponen una metáfora poderosa:

“Se puede operar como el pintor o como el escultor. Si operamos como el pintor, sobre el lienzo blanco colocaremos los colores que nuestro deseo indica; en cambio si operamos como el escultor deberemos ser cuidadosos y respetar los senderos o líneas que la piedra sugiere” (p. 8).

El buen supervisor es escultor: acompaña al practicante en la búsqueda de su propio estilo, sin imponer formas prefabricadas.

7.4. Transmisión: la cadena simbólica del saber

La transmisión en la psicopedagogía clínica no es una transferencia de conocimientos, sino un acto ético que implica exposición, riesgo y confianza. Como afirman Arias y Novack (s. f.), “transmitir significa trasladar, transferir, dejar por herencia” (p. 7). Es un acto que “implica una sucesión de bienes que se transmiten, al que se le otorga la posibilidad de crear y re-crear, significar y re-significar”.

Esta transmisión se sostiene en la intersubjetividad. En la cátedra de Prácticas Profesionalizantes, la transmisión no ocurre solo en las clases teóricas, sino en los ateneos clínicos, las viñetas, las crónicas escritas, los diálogos. Como dice Foucault (1999, citado en Arias & Novack, s. f.), “los discursos no hablan de la realidad, sino que la configuran, produciéndola” (p. 7). La palabra es el instrumento esencial de los intercambios, y a su vez, portadora de múltiples sentidos.

La transmisión también implica asumir la ignorancia. Como afirma Alicia Fernández (1999, citado en Arias & Novack, s. f.), “la respuesta es la tristeza de la pregunta” (p. 8). No se trata de tener respuestas, sino de sostener la pregunta, de crear un espacio donde el deseo de saber pueda florecer.

7.5. La formación como proceso intersubjetivo

Finalmente, la formación del psicopedagogo es un proceso intersubjetivo donde se entrelazan múltiples registros: el del alumno, el del practicante, el del futuro profesional. Como afirman Arias y Novack (s. f.), los practicantes están “convocados a múltiples posiciones: como psicopedagogos con sus pacientes, como supervisandos, como compañeros de experiencias similares” (p. 7).

Este dinamismo puede vincularse con la noción lacaniana de la cinta de Moebius: “lo interno se hace externo y viceversa” (Arias & Novack, s. f., p. 7). La formación no es lineal, sino circular, recursiva, transformadora. El practicante no solo aprende a intervenir con el paciente, sino a pensarse a sí mismo en la relación clínica.

 

 

8. Epistemología de la psicopedagogía: entre Piaget, Lacan y la función de la ignorancia

La psicopedagogía clínica no es una disciplina empírica ni una técnica aplicada, sino un campo epistemológico en construcción, que se nutre de dos pilares teóricos fundamentales: la epistemología genética de Jean Piaget y el psicoanálisis lacaniano. Como afirma Sara Paín (2008), “nosotros tenemos dos pilares: Piaget y Lacan, y el conocimiento y el deseo son los otros dos” (citado en Enrico & Fernández, 2020, p. 28). Esta articulación no es eclectica, sino estructural: busca superar la escisión entre inteligencia y deseo, entre lo cognitivo y lo simbólico, entre el sujeto epistémico y el sujeto del inconsciente.



8.1. La epistemología genética: el sujeto que construye el conocimiento

Jean Piaget propone una visión constructivista del conocimiento: el sujeto no recibe pasivamente la información del mundo, sino que construye activamente sus estructuras cognitivas a través de la interacción con el entorno. Como señalan Enrico y Fernández (2020), en Psicometría genética (1971), Paín adopta esta perspectiva y afirma que “el aprendizaje se ha verificado por asimilación a ciertas estructuras cognitivas” (p. 22). Pero estas estructuras no se aprenden: se construyen en una cronología estable, a partir de la actividad funcional del sujeto.

Paín (1971/1987) critica los enfoques conductistas que reducen el aprendizaje a estímulos y respuestas, y propone integrar la riqueza del modelo piagetiano con la precisión de los test psicométricos. Su objetivo es “dotar a las pruebas psicométricas de un esqueleto teórico coherente” (p. 21). En este marco, el aprendizaje no es adquisición de contenidos, sino aplicación de esquemas ya existentes que permiten al niño ensayar nuevos instrumentos de organización de lo real.

Sin embargo, Paín advierte que la epistemología genética tiene un límite: “deja de sospechar a veces que las actividades cognitivas construyen su objetividad por la sola aplicación de la realidad, sin tener en cuenta que la realidad es ya un conocimiento del otro” (Paín, 1985, p. 52, citado en Enrico & Fernández, 2020, p. 27). El conocimiento no es solo construcción individual, sino transmisión cultural.

8.2. El psicoanálisis lacaniano: el sujeto atravesado por el deseo y el lenguaje

Frente a la racionalidad piagetiana, Jacques Lacan introduce la dimensión del inconsciente, el deseo y el lenguaje. Para Lacan, el sujeto no es dueño de su pensamiento: está constituido por el orden simbólico, por la ley del padre, por la falta. Como afirma Paín (1975/1985), “el sujeto humano está siempre constituido desde otro. Tanto la estructura inteligente como la semiótica son eminentemente intersubjetivas” (p. 23).

Esta perspectiva permite pensar el aprendizaje no solo como construcción lógica, sino como proceso deseante, atravesado por lo inconsciente. Como señalan Nevares y Galiano (2022), “el acto de aprender está monitorizado por el deseo de conocer y esto siempre supone la renuncia a una satisfacción inmediata” (p. 3). Pero ese deseo no es individual: es efecto del deseo del otro. Si los padres no desean saber, el niño no podrá desear aprender.

Paín (1985) lo resume con una frase contundente: “No se puede aprender algo que no sea para el otro algo sabido” (p. 109). El niño no inventa el lenguaje, la escritura o las matemáticas. Se inserta en una tradición cultural que ya existe, que ya ha sido construida por otros. Pero esa inserción no es pasiva: el sujeto re-significa lo recibido, lo hace propio, lo transforma.

8.3. La articulación-paralelismo: estructuras inconscientes del pensamiento

El gran aporte de Sara Paín es haber propuesto una articulación-paralelismo entre Piaget y Lacan, no como fusión, sino como coexistencia de dos lógicas irreductibles: la lógica cognitiva y la lógica dramática. Como afirma Enrico y Fernández (2020), Paín postula que las teorías piagetiana y psicoanalítica son compatibles porque comparten tres rasgos fundamentales: son estructuralistas, son genéticas y son teorías del inconsciente (p. 25).

A partir de esta articulación, Paín formula el concepto de estructuras inconscientes del pensamiento, que son las que producen el pensamiento como “comportamiento que es efecto del aprendizaje” (Paín, 1975/1985, p. 10). Estas estructuras no son solo cognitivas, sino también simbólicas, afectivas y deseantes.

Como señalan Enrico y Fernández (2020), “las perturbaciones en los procesos de aprendizaje constituyen el motivo de consulta privilegiado para la reflexión acerca de la articulación posible entre una teoría del sujeto epistémico, dotado para el razonamiento y una teoría del sujeto capaz de olvido, equivocación e ignorancia” (p. 25). El síntoma escolar no es un déficit cognitivo, sino una fractura en la articulación entre conocimiento y deseo.

8.4. La epistemología de la ignorancia

En La génesis del inconsciente (1985), Paín desarrolla una epistemología de la ignorancia, entendida como “la dimensión imaginaria donde se enuncian las relaciones contradictorias entre deseo y saber: saber lo que no se sabe, no saber lo que se sabe” (Paín, 1985, p. 7, citado en Enrico & Fernández, 2020, p. 26).

Esta epistemología rompe con la ilusión de la transparencia del saber. El sujeto no aprende porque quiere, sino porque está atravesado por una trama simbólica que lo precede. Como afirma Nevares y Galiano (2022), “la ignorancia también aporta una ganancia, que tendría que ver con la evitación del sufrimiento que entraña el saber” (p. 4). Aprender implica pérdida, separación, responsabilidad. Si el entorno no sostiene ese tránsito, el sujeto se queda atrapado en la ignorancia como forma de protección.

La función de la ignorancia es, entonces, constitutiva del sujeto. No es un obstáculo a superar, sino una condición de posibilidad del deseo de saber. Como dice Arias y Novack (s. f.), “la respuesta es la tristeza de la pregunta” (p. 8). No se trata de tener respuestas, sino de sostener la pregunta, de crear un espacio donde el deseo de saber pueda florecer.

8.5. La psicopedagogía como campo epistemológico autónomo

A partir de esta articulación teórica, la psicopedagogía clínica se constituye como un campo epistemológico autónomo, con un objeto de estudio propio (la relación del sujeto con el saber), un método específico (la escucha clínica intersubjetiva) y una ética singular (la defensa de la subjetividad frente a la homogenización).

Como afirman Enrico y Fernández (2020), Paín no se limita a aplicar teorías, sino que produce un nuevo concepto: “estructuras inconscientes del pensamiento” (p. 30). Este concepto permite pensar el aprendizaje no como función aislada, sino como proceso psíquico complejo que articula lo biológico, lo cognitivo, lo social y lo simbólico.

En este marco, el diagnóstico psicopedagógico no es una medición, sino una construcción de hipótesis que se va reformulando en el encuentro clínico. El tratamiento no es reeducación, sino un espacio de elaboración simbólica donde el sujeto puede transformar su síntoma en pregunta.

La psicopedagogía, entonces, no es una rama de la psicología ni de la pedagogía, sino una práctica clínica con implicancias éticas y políticas. Como señalan Nevares y Galiano (2022), es urgente “abrir este camino de formación, proponiendo que el psicoanálisis se acerque al contexto educativo desde la consideración de que es desde dentro desde donde mejor se puede ayudar a cambiar la mirada patologizante hacia el niño” (p. 6).

 

9. Reflexiones finales: hacia una psicopedagogía ética, política y amorosa

La psicopedagogía clínica, tal como se despliega en la obra de Sara Paín, en los relatos de Nevares y Galiano, y en las escenas de Arias y Novack, no es una disciplina técnica, ni un conjunto de estrategias reeducativas, ni una rama de la psicología aplicada. Es, ante todo, una práctica ética, política y amorosa, que defiende la singularidad del sujeto frente a la homogenización institucional, la medicalización del fracaso escolar y la lógica de la inmediatez.

9.1. Una psicopedagogía ética

La ética de la psicopedagogía clínica no se reduce al cumplimiento de normas deontológicas, sino que se funda en una postura ante el sufrimiento del otro. Como afirman Nevares y Galiano (2022), “invertir tiempo en mirar y en escuchar” se convirtió en su “manera habitual de actuar” (p. 2). Esta actitud implica respeto, paciencia, humildad y responsabilidad.

El psicopedagogo no responde a la demanda escolar con rapidez, sino que interroga esa demanda. No aplica protocolos, sino que escucha lo que no se dice. No corrige el síntoma, sino que crea las condiciones para que el sujeto pueda transformarlo en pregunta. Esta ética se opone frontalmente a la mirada reduccionista que “pasando por alto los otros escenarios implicados”, convierte al niño en responsable único de su fracaso (Nevares & Galiano, 2022, p. 2).

9.2. Una psicopedagogía política

La psicopedagogía clínica también es una práctica política, porque resiste la patologización de la diferencia. Como señalan Nevares y Galiano (2022), en la actualidad prima “el impulso a etiquetar a los niños y niñas” (p. 1), a través de diagnósticos estancos como “TDAH”, “dislexia” o “trastorno del espectro autista”. Estas etiquetas no solo cierran el sentido, sino que excluyen al sujeto de la comunidad de aprendizaje.

Frente a esto, la psicopedagogía propone una lectura simbólica de las dificultades escolares. Como afirma Sara Paín (1973/2002), el problema de aprendizaje debe entenderse en su perspectiva multifactorial: orgánica, específica, psicógena y ambiental (p. 49). Pero más allá de los factores, lo esencial es escuchar el mensaje que el síntoma comunica sobre la trama relacional en la que el sujeto está inscrito.

Esta postura política implica trabajar con la escuela, no solo con el niño. Como muestran Nevares y Galiano (2022) en la sección “Llantos en la escuela”, una reunión con educadoras jóvenes permitió “un cambio de actitud” no por dar pautas, sino por “poder hablar en la sesión anterior y saber que van a contar con un espacio para reflexionar” (p. 6). La intervención es preventiva y sistémica, no solo clínica.

9.3. Una psicopedagogía amorosa

Finalmente, la psicopedagogía clínica es una práctica amorosa, entendiendo el amor no en sentido romántico, sino como reconocimiento, hospitalidad, sostén afectivo y apuesta por la subjetividad del otro.

Como afirman Arias y Novack (s. f.), “la relación sujeto-psicopedagogo-saber puede ser oportunidad para una recepción amorosa en la que tenga lugar el despliegue subjetivante” (p. 1). Este amor se manifiesta en la mirada fundante, en la escucha atenta, en la presencia afectiva. En la Viñeta 1, la niña no dice con palabras que quiere ser feliz, sino que lo dibuja: “se dibujó con los brazos abiertos para recibir y dar” (p. 2). El psicopedagogo, al recibir esa ofrenda con respeto, le devuelve su estatuto de sujeto deseante.

Este amor también se despliega en la formación. Como dice una estudiante citada por Arias y Novack (s. f.):

“Aprender es des-prenderse. Desprenderse de aquello aprendido (que tenemos prendido), que nos brinda seguridad y estar dispuestos a abandonar la comodidad que, a veces, adormece, para correr el riesgo de enfrentarnos a lo des-conocido” (p. 7).

La supervisión, entonces, no es un control, sino un acto de transmisión amorosa, donde el futuro psicopedagogo es sostenido en su proceso de desprendimiento y inscripción profesional.

9.4. Hacia una psicopedagogía viva

En síntesis, la psicopedagogía clínica que heredamos de Sara Paín y que actualizan Nevares y Galiano, y Arias y Novack, es una práctica viva, crítica y apasionada. No se limita a diagnosticar y tratar, sino que piensa, interroga, resiste y transforma.

Es una práctica que:

  • Cree en el deseo de saber,
  • Confía en la posibilidad de transformación,
  • Defiende la singularidad frente a la norma,
  • Apostar por el sujeto frente al déficit.

Como escriben Nevares y Galiano (2022), “abrir este camino de formación, proponiendo que el psicoanálisis se acerque al contexto educativo desde la consideración de que es desde dentro desde donde mejor se puede ayudar a cambiar la mirada patologizante hacia el niño” (p. 6).

Y como dice Arias y Novack (s. f.), “el amor es la respuesta más precisa que irrumpe frente a cualquier nivel de complejidad” (p. 2).

Esta es la psicopedagogía que queremos transmitir en esta cátedra: una psicopedagogía ética, política y amorosa.

 

Referencias

Arias, P., & Novack, F. (s. f.). De cómo circula el amor. Escenas psicopedagógicas. Universidad Nacional de la Patagonia Austral.

Enrico, L., & Fernández, M. L. (2020). El concepto de aprendizaje en Sara Paín: producción teórica y derivaciones en el campo psicopedagógico. Sección Psicopedagogía, 17(2), 19–32. https://doi.org/10.35305/psico.v17i2.2957

Foucault, M. (1999). El orden del discurso. Tusquets.

Galeano, E. (2000). El libro de los abrazos. Siglo XXI.

Nevares, L., & Galiano, A. (2022). Los caminos del aprendizaje. La psicopedagogía psicoanalítica. En Clave Psicoanalítica, 19.

Patiño, Y., Rulli, M. L., & Yapura, C. V. (2009). Reflexiones acerca del encuadre en la clínica psicopedagógica. I Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XVI Jornadas de Investigación Quinto Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. https://www.aacademica.org/000-020/383

Paín, S. (1971). Psicometría genética. Nueva Visión.

Paín, S. (1973/2002). Diagnóstico y tratamiento de los problemas de aprendizaje. Nueva Visión.

Paín, S. (1975/1985). Estructuras inconscientes del pensamiento. La función de la ignorancia I. Nueva Visión.

Paín, S. (1985). La génesis del inconsciente. La función de la ignorancia II. Nueva Visión.

Winnicott, D. W. (2009). Realidad y juego. Paidós.

Žižek, S. (2008). Cómo leer a Lacan. Paidós.


GLOSARIO

Aprendizaje: Proceso psíquico complejo, deseante, intersubjetivo y cultural mediante el cual el sujeto construye conocimiento en relación con un otro significativo, no como mera adquisición de contenidos escolares, sino como acto que implica renuncia, deseo, simbolización y subjetivación; su función clínica es ser el eje central del objeto de estudio de la psicopedagogía, entendido como “un lugar de coincidencia entre un momento histórico, un organismo, una etapa genética de la inteligencia y un sujeto adscrito a otras tantas estructuras teóricas” (Paín, 1973/2002, p. 13), y se articula con la epistemología genética de Piaget y el psicoanálisis lacaniano para pensar el saber como efecto del deseo y la trama relacional.

Deseo de saber: Impulso subjetivo que orienta al sujeto hacia el conocimiento no como obligación, sino como posibilidad de transformación, ligado al deseo del otro y a la renuncia a la satisfacción inmediata; en la clínica psicopedagógica funciona como motor del aprendizaje, ya que sin deseo no hay acceso al saber, y el rol del psicopedagogo no es enseñar contenidos, sino sostener y reactivar ese deseo, como señalan Nevares y Galiano (2022): “El acto de aprender está monitorizado por el deseo de conocer y esto siempre supone la renuncia a una satisfacción inmediata” (p. 3).

Síntoma (psicopedagógico): Formación de compromiso entre lo reprimido y lo aceptable en el orden simbólico que se manifiesta como dificultad en el aprendizaje, pero en realidad comunica un sufrimiento psíquico ligado a tramas relacionales familiares, escolares y culturales; su función clínica no es ser corregido, sino interpretado como mensaje, diferenciándose de la inhibición —renuncia parcial a una función— por su densidad simbólica, según la distinción propuesta por Sara Paín (1973/2002), quien entiende el síntoma escolar como expresión visible de una trama inconsciente.

Intersubjetividad: Condición constitutiva del sujeto humano según la cual no hay pensamiento, deseo ni aprendizaje sin la presencia de un otro que reconozca, sostenga e invista; en la clínica psicopedagógica funciona como terreno fértil para la subjetivación, ya que la relación psicopedagogo-paciente se construye desde esta dimensión y no desde la neutralidad técnica, tal como afirman Arias y Novack (s. f.): “Es ineludible construir un vínculo intersubjetivo que funcione como terreno fértil para que la subjetividad se exprese” (p. 1).

Encuadre psicopedagógico: Dispositivo simbólico que organiza el espacio, el tiempo y las reglas del encuentro clínico, funcionando no solo como estructura administrativa sino como sostén afectivo y simbólico que permite la simbolización; su función clínica es crear un “espacio transicional potencial” (Green, citado en Arias & Novack, s. f.) donde el sujeto pueda desplegar su subjetividad sin fusión ni abandono, y se compone de dos niveles: el “estuche” (aspectos formales como horario y lugar) y la “matriz activa” (asociación libre del paciente y escucha flotante del psicopedagogo), según Patiño, Rulli y Yapura (2009).

Transferencia: Proceso mediante el cual el sujeto inviste al psicopedagogo como un otro capaz de sostener su deseo y su sufrimiento; en la clínica no es un obstáculo, sino una apertura simbólica y condición de posibilidad del tratamiento, como ilustra la viñeta de Arias y Novack (s. f.) en la que una niña “se dibujó con los brazos abiertos para recibir y dar” (p. 2), ofreciendo al psicopedagogo una ofrenda de amor que testimonia su confianza y su deseo de ser reconocida como sujeto.

Contratransferencia: Conjunto de afectos, pensamientos y reacciones —incluidas resonancias corporales— que el paciente despierta en el psicopedagogo; lejos de ser un residuo subjetivo a eliminar, constituye una herramienta analítica fundamental que permite sintonizar con el lenguaje del paciente (verbal o no verbal), como ocurre en la viñeta con una niña con mutismo selectivo, donde la psicopedagoga “aprendió a comunicarse con la niña desde otro lugar, a través de un gesto, del cuerpo, de una caricia” (Arias & Novack, s. f., p. 4); sin embargo, puede convertirse en obstáculo si no se elabora en supervisión, especialmente cuando se idealiza o rechaza a los padres.

Supervisión: Espacio intersubjetivo de formación y elaboración clínica donde el practicante expone su trabajo, su ignorancia y su contratransferencia; su función no es el control técnico, sino la transmisión ética y simbólica que permite al futuro psicopedagogo “des-prenderse” de certezas y construir su propio estilo, como afirman Castro, Covache y Kornblit (citados en Arias & Novack, s. f.): “mostrarse desnudo de teoría, vestido de ignorancia [...] que permite que la pregunta se instale” (p. 7), evitando la imposición de un modelo único y respetando, en metáfora de Arias y Novack (s. f.), “los senderos o líneas que la piedra sugiere” (p. 8).

Objeto de estudio de la psicopedagogía: La relación singular que cada sujeto establece con el saber, no los contenidos escolares ni las fallas cognitivas; esta definición diferencia a la psicopedagogía de otras disciplinas y orienta su práctica clínica hacia la comprensión de cómo el sujeto se posiciona frente al conocimiento, el deseo, la ley y el otro, tal como afirman Arias y Novack (s. f.): “La psicopedagogía es un campo de intervención en torno a la relación de los sujetos con el saber” (p. 1), un saber que “se juega dentro de un vínculo humano, construyendo subjetividad”.

Ignorancia (función de la): Dimensión imaginaria del sujeto donde coexisten contradicciones entre saber y no saber (“saber lo que no se sabe, no saber lo que se sabe”, Paín, 1985), no como carencia sino como condición estructural del deseo; en la clínica, la ignorancia puede tener una “ganancia secundaria”: evitar el sufrimiento que entraña el saber (Nevares & Galiano, 2022, p. 4), y su reconocimiento funda una “epistemología de la ignorancia” que permite entender los bloqueos en el aprendizaje como defensas simbólicas frente a la pérdida y la responsabilidad que implica conocer.

Holding (sostén afectivo): Concepto winnicottiano adaptado a la clínica psicopedagógica que designa la función de contención emocional que ofrece seguridad y reconocimiento al sujeto; en el encuadre, actúa como sostén simbólico que permite la emergencia de la subjetividad, como cuando el psicopedagogo “agacha a la altura del niño”, lo mira y le dice: “Este es nuestro lugar” (Arias & Novack, s. f., p. 4), inaugurando un ritual de hospitalidad que transforma el consultorio en un espacio de confianza y pertenencia.

Subjetivación: Proceso mediante el cual el sujeto se constituye como autor de su pensamiento y de su historia; en la clínica psicopedagógica es la meta del tratamiento, que no busca “corregir” sino habilitar la autoría de pensamiento, como lo expresa Alicia Fernández (citada en Arias & Novack, s. f.): “Un maestro: alguien que abriendo espacios de autoría de pensamiento para sí mismo, consigue que sus alumnos los hagan para ellos” (p. 1), destacando que enseñar es posibilitar que el otro se reconozca como “autor responsable transformador de su historia y su mundo”.

Tercero simbólico: Elemento que rompe la dualidad fusional entre sujeto y otro, representado en el encuadre por la ley simbólica (tiempo, tarea, palabra); su función clínica es permitir la simbolización y evitar la repetición en lo real, introduciendo la diferencia y la posibilidad de nombrar el sufrimiento, según la noción de André Green (citado en Arias & Novack, s. f., p. 8), para quien el tercero es esencial en la creación del “espacio transicional potencial” donde se despliega el trabajo psíquico.

Psicopedagogía psicoanalítica: Corriente clínica que articula epistemología genética (Piaget) y psicoanálisis lacaniano para pensar el aprendizaje como proceso deseante e intersubjetivo; sus fundamentos teóricos se resumen en la frase de Sara Paín: “Nosotros tenemos dos pilares: Piaget y Lacan, y el conocimiento y el deseo son los otros dos” (citado en Enrico & Fernández, 2020, p. 28), y su ética resiste la medicalización del fracaso escolar y defiende la singularidad frente a la norma, proponiendo una práctica que interroga las tramas relacionales en lugar de aplicar protocolos.

Motivo de consulta: Manifestación inicial de una dificultad escolar (ej.: “no atiende”, “no lee”) que en la clínica psicopedagógica se interpreta no como verdad objetiva, sino como hipótesis de trabajo y primer síntoma de una trama relacional que involucra al niño, la familia y la escuela (Nevares & Galiano, 2022, p. 5); su función es abrir una puerta al encuentro clínico, pero debe ser interrogado para evitar caer en lógicas institucionales de etiquetamiento y normalización, ya que “la relativización de la palabra de los padres, y el no prejuzgar de entrada nada [...] se convirtió en una manera habitual de actuar” (p. 2).

Estructuras inconscientes del pensamiento: Concepto desarrollado por Sara Paín (1975/1985) que articula lo cognitivo y lo simbólico, designando las matrices psíquicas que organizan tanto el razonamiento lógico como las formaciones del inconsciente; su función clínica es permitir entender que un error en matemáticas o en escritura puede ser efecto de un conflicto psíquico y no de una falla cognitiva, superando la escisión entre sujeto epistémico y sujeto del inconsciente, como señalan Enrico y Fernández (2020): “las perturbaciones en los procesos de aprendizaje [...] constituyen el motivo de consulta privilegiado para la reflexión acerca de la articulación posible entre una teoría del sujeto epistémico [...] y una teoría del sujeto capaz de olvido, equivocación e ignorancia” (p. 25).

Transmisión: Acto ético y simbólico mediante el cual se hereda, transforma y re-significa el saber, implicando exposición a la ignorancia y confianza en el otro; en la formación psicopedagógica, no es transferencia de información, sino creación de una “cadena simbólica” que incluye al practicante, al supervisor, al paciente y la institución, como afirman Arias y Novack (s. f.): “Transmitir significa trasladar, transferir, dejar por herencia” (p. 7), y se sostiene en la intersubjetividad, en los ateneos clínicos, las viñetas y los diálogos donde “los discursos no hablan de la realidad, sino que la configuran, produciéndola” (Foucault, 1999, citado en Arias & Novack, s. f., p. 7).

Amor (en la clínica psicopedagógica): Reconocimiento ético del otro como sujeto deseante, entendido no en sentido romántico sino como hospitalidad simbólica, apuesta por la subjetividad y sostén afectivo; su función es condición para que el síntoma se despliegue como mensaje y no como fracaso, como afirman Arias y Novack (s. f.): “Cuando se conectan el amor y la problemática en el encuentro intersubjetivo psicopedagogo-paciente, se puede pensar que el amor es la respuesta más precisa que irrumpe frente a cualquier nivel de complejidad” (p. 2), manifestándose en la mirada fundante, la escucha atenta y la recepción de las “ofrendas de amor” que el paciente entrega a través del dibujo, el juego o el silencio.