Los sueños, en su fragilidad, son espejos deformes donde el deseo y la desesperación se funden en un eco perpetuo. El deseo, como fuerza creadora, teje visiones de lo posible; la desesperación, como ácido, corroe sus bordes hasta convertirlos en sombras. Son ecos porque no nacen de la nada: son repeticiones distorsionadas de un presente insatisfecho, de un futuro ansiado o de un pasado que no se resigna a morir.
Como las ondas en el agua, se expanden y se desvanecen, nunca idénticos a su origen. Son simples porque carecen de la solidez de la realidad, pero su complejidad reside en cómo nos confrontan con nuestras propias contradicciones. ¿Son los sueños refugio o recordatorio? ¿Eco del anhelo que nos empuja a vivir, o de la desesperación que nos paraliza?
Quizás, en su dualidad, son ambos: el espacio donde el alma negocia entre lo que quiere y lo que teme, entre la luz que busca y la oscuridad que la acecha. Un eco, al fin y al cabo, es un recordatorio de que algo —o alguien— alguna vez resonó en el vacío. (Recreation of Sandman 0725)